miércoles, marzo 23, 2005

El síndrome de Pangloss



Les adjunto algunos extractos del artículo publicado por Antonio Elorza hoy en el diario El Pais. Catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, el Sr. Elorza es un reputado especialista en el mundo árabe y una de las voces más lúcidas en todo el tema vasco.

"En la reciente cumbre organizada por el Foro de Madrid para conmemorar el 11-M (...) entre la cascada de discursos de gobernantes, el que suscita mayor perplejidad, y preocupación por lo que tiene de significativo, es, a mi entender, el pronunciado por el presidente Zapatero, quien parece encerrado en los últimos tiempos dentro de un círculo cuyas paredes invisibles le impiden pasar de declaraciones muy positivas en el plano de las buenas intenciones políticas a un reconocimiento mínimamente preciso de la realidad.

Renuncia una y otra vez a encarar ésta, eliminando la confrontación en nombre de un discurso de apariencia progresista que aspira a atender las demandas de todos, o del viento que sopla con más fuerza. Es como uno cualquiera de los personajes de El ángel exterminador de Buñuel, incapaces de abandonar una sala sin puertas, sólo que feliz y contento de que sus afirmaciones cargadas de wishful thinking no tengan que ser puestas a prueba con el mundo exterior.

También pudiera considerarse tal actitud como una variante del síndrome de Pangloss, expuesto por Voltaire en su Cándido: las buenas palabras tendrán el efecto mágico de lograr que todo vaya hacia lo mejor en el mejor de los mundos. Así, en el problema de las reivindicaciones nacionalistas sobre las lenguas a utilizar en el Congreso, al reabrir un tema que ya parecía resuelto con la división de espacios entre un Senado plurilingüe y un Congreso en que prevaleciera el concepto del idioma común en tanto que instrumento de comunicación.

Pues bien, Zapatero parece inclinarse por auspiciar el deslizamiento hacia el modelo austrohúngaro, que tan óptimos resultados produjo en 1918. Los nacionalistas saben lo que quieren y para qué lo quieren: en la estela de ERC, cada logro es una plataforma para una exigencia sucesiva. Resulta, pues, ingenuo confiar en que con un Reglamento del Congreso reformado y abierto al babelismo va a contenerse la deriva hacia una fragmentación simbólica del Estado que nada tiene que ver con la articulación de las diferencias dentro de un Estado plurinacional.

(...) A pesar de su carácter restrictivo, y del defecto de asumir algo tan cuestionable como la etiqueta de "civilización", el mensaje resulta comprensible para todo aquel que lo recibe y puede ser presentado como objetivo válido a medio y a largo plazo, así como en calidad de antídoto contra la tentación de responder a la yihad con una nueva forma de cruzada.

Ahora bien, la fijación de un buen objetivo no exime de la exigencia de analizar el fenómeno, huyendo de las simplificaciones, y en este terreno Zapatero las encadena, casi sin solución de continuidad. Las grandes palabras no faltan, pero ya apuntan a la desviación en el razonamiento.

Es cierto que nos encontramos "en un mar de injusticias" a escala universal, o si se quiere ser más concreto, en un mundo regido por una enorme desigualdad que en las últimas décadas no ha hecho sino aumentar, pero la relación inmediata de causalidad entre esa situación y los objetivos de paz y de seguridad ya no están tan claros, y sobre todo, pensando en el terrorismo, el disparate está al caer. Para empezar, Zapatero proclama "alto y claro" que no hay nada detrás del terrorismo.

(...) Una sucesión de falsas interpretaciones no puede determinar una política razonable, pero sí una gestión cómoda a corto plazo, cediendo en cuanto se tropieza con un problema complejo en favor de la línea de mínima resistencia, y siempre al amparo de una coartada de apariencia progresista. La causa saharaui resulta abandonada en aras de las buenas relaciones con Marruecos, objetivo por otra parte deseable.

Los graves problemas que suscitan el plan Ibarretxe y las reformas estatutarias son sorteados desde un vacío político por ahora total, con buenas palabras, como si el futuro no encerrase riesgo alguno. La difícil tarea de apoyar a los demócratas frente a la represión de la dictadura cubana cede paso a una "normalización" al estilo checoslovaco de 1969, dejando a los disidentes en la cárcel, sin que el ministro Moratinos tenga siquiera el gesto de dignidad de replicar a las afirmaciones de Pérez Roque de que los presos políticos están ahí en aplicación de la justicia.

El Rey recibe al ministro cubano que hace poco insultaba a toda Europa y el Gobierno español parece dispuesto a convertirse en abogado defensor de la causa castrista, pronto en el tema de los derechos humanos, como antes en la UE. Eso sí, empresarios hoteleros e izquierda del mojito rebosan de satisfacción.

Y, por lo que concierne al terrorismo islamista, es decretada su inexistencia, con lo cual, por la misma regla de tres que en los casos anteriores, puede esperarse que la gestión cultural del tema sea confiada a quienes suscriben entre nosotros un islamismo de fachada progre. Para cerrar el círculo, el presidente proclama su "respeto" (sic) ante la política de destrucción llevada a cabo por Putin en Chechenia, al mismo tiempo que en la acera opuesta los líderes del PP se rasgan las vestiduras ante la retirada de una estatua de Franco. ¿Qué hemos hecho para merecer tantos despropósitos? "